martes, 22 de marzo de 2022

Los relatos ganadores del III Concurso del certamen Joven de las letras Nazarenas por la igualdad

                                                 PRIMER PREMIO            

Relato ganador del primer premio del III Certamen Joven de las Letras Nazarenas por la Igualdad marzo 2022.

LA BUFANDA NEGRA de Heliana Cabrera Ordeñana

 

Es curioso, recuerdo que antes de él me encantaban los espacios abiertos, me encantaba la naturaleza, sentirme libre, respirar aire fresco, sonreír y reír, sobre todo reír. Ese estado de felicidad plena y pura que invadía mi ser cuando veía mi película favorita o tomaba el café que más me gustaba mientras leía ese libro que tantas ganas tenía de leer siempre, me olvidé de cómo se siente. Lo conocí por casualidad, él era cariñoso conmigo y me escuchaba.

 

Compartíamos metas y aficiones. Con el tiempo, se volvió una persona muy importante para mí, lo amaba y me sentía querida. Muchas veces tenía el presentimiento de que todo eso que él llamaba “cuidarme” era una mentira, una completa mentira, pero para mí era triste tener esa idea en mi cabeza, ¿Cómo alguien que te quiere te podía hacer daño?, esa pregunta rondaba mi mente continuamente, pero me negaba a contestarla. El tiempo a su lado pasó a ser excesivo, las conversaciones cálidas pasaron a ser frías y cortantes. Durante un tiempo pensé que era mi culpa, me sentía inútil e insuficiente. No podía soportar el cambio, todo pasó de ser algo recíproco y dulce a ser vacío y amargo. Tuve que hacerle la pregunta:

 

-¿Por qué las cosas han cambiado? —Me dirigí a él de forma directa

-Una bufanda negra-contestó mirándome fijamente a los ojos

-¿Una bufanda negra?-dije confundida

- Si, una bufanda negra, hace poco empezó el invierno, tengo frío, has estado poco atenta y no te has percatado de que no tengo ninguna bufanda, ¿Acaso quieres que me resfríe?- el silencio invadió la blanca habitación, saqué del bolsillo una de mis bufandas favoritas:

-Toma, te la regalo-dije mientras extendía la mano con mi bufanda en ella

-Pero yo quiero una bufanda de color negro-

-De acuerdo, te conseguiré una-dije dudosa.

Al día siguiente volví a la blanca habitación con una bufanda negra que había comprado yo,

-Aquí tienes, una bufanda negra

-Pero la has comprado, ¿Verdad?-asentí con la cabeza afirmándolo

-No la quiero, yo quiero que la hagas tú-

-De acuerdo, mañana te la traeré-

Al día siguiente entre en esa habitación, me quedé observándola unos instantes, ya no era blanca ahora era de un tono grisáceo y presentaba manchas de humedad en las esquinas

-¿Por qué pintaste la habitación?-pregunté

-No la pinté, se está marchitando, por tu culpa, ya que nunca has venido para pintarla y mantener el blanco de sus cuatro paredes-

-Mañana traeré pintura, pero ahora mira esto.-saqué la bufanda que yo misma había tejido de una bolsa y se la enseñé orgullosa-

-Es una bufanda negra, pero últimamente no tengo tanto frío, para mí sería inútil tener esto en mi habitación, solo ocuparía espacio-dijo mientras tomaba la bufanda con desprecio, agarró uno de los extremos y tiro bruscamente, desgarrando y partiendo los hilos,

-Pero, ¿Por qué la rompes?-

-No sirve para nada, es evidente que no sirve para nada, aquí dentro no hace frío y yo nunca salgo-

-Pero me pediste una bufanda negra-

-Lo sé, de hecho hubieras notado que ya no me hace falta si estuvieras más en la habitación-

No supe que contestar y salí de esa habitación gris estallando en lágrimas, me sentía culpable, solo quería que él me quisiese tanto como yo a él así que al día siguiente traje dos cubos de pintura blanca dispuesta a arreglar la habitación, antes de que aparecieran las manchas de humedad, la habitación era blanca, pero no un blanco cualquiera, un blanco brillante y limpio, el ambiente casi siempre era cálido y acogedor y olía a esencias de flores, solo tenía una pequeña ventana demasiado pequeña en comparación con la habitación, pero era una habitación agradable en la que estar, una habitación preciosa. Pero poco a poco su color puro se tornó gris, todo se oscureció y las paredes empezaron a desprender un olor de putrefacción muy fuerte, que hacía que estar dentro fuera algo insoportable y desagradable. Intenté pintar las paredes y hacer que pareciera una habitación bonita y blanca como lo era al principio. Estuve horas y horas pintando esa habitación, hacía lo posible para que pareciera nueva, pero era imposible. Él únicamente se quedó a un lado mirando, de vez en cuando repetía una frase:”Quédate en esta habitación, aquí estás segura”, yo le hacía caso, casi nunca salía de la habitación y cuando lo hacía tenía prohibido contarle a las personas del exterior el mal estado de la habitación de mi pareja, no podía contarle a nadie lo mucho que había cambiado la habitación, había llegado a tal estado que era desagradable respirar el aire sucio que había dentro, pero yo ya estaba acostumbrada. Pasaron los meses y el ambiente se volvió inhumano, poco a poco la habitación había encogido, era ridículamente minúscula, pero él ya no estaba dentro, él estaba fuera, observando desde la pequeña ventana, las paredes empezaron a empujar mis piernas, obligándome a estar en una posición fetal, las paredes siguieron encogiendo, me dolía todo el cuerpo y notaba como mis huesos crujían y empezaban a partirse. Era tal el dolor que me invadía por dentro y por fuera que empecé a llorar, entre sollozos le pregunté:

-¿Por qué me haces esto? ¿Por qué a mí?-

-Porque te quiero-respondió en tono neutro.

No podía creerlo, todo se volvió negro, me encontraba tirada en medio de un inmenso mar de oscuridad y soledad, de repente respondí esa pregunta que no me atrevía a responder, alguien que te quiere no te hace daño, alguien que te quiere valora tus logros, alguien que te quiere no te humilla, alguien que te quiere no te hace sentir dolor, alguien que te quiere no te obliga a quedarte, alguien que te quiere no te encierra en cuatro paredes vacías; cuatro paredes que hacen que te sientas débil e inútil. Alguien que te quiere no usa la violencia ni física ni psicológica. Todo se volvió blanco, ese destello paso a ser el exterior, podía distinguir entre la gente una mesa con una silla de madera, en la mesa había un café y ese libro que tantas ganas tenía de leer. Encima del libro había una pequeña nota escrita a mano: “No estás sola, eres fuerte.” , suspiré y por fin en mucho tiempo, fui feliz y libre.

                                                                SEGUNDO PREMIO.

Relato ganador del segundo premio del III Certamen Joven de las Letras Nazarenas por la Igualdad marzo 2022.


LUISA de Isabel Hualan Rodríguez Martín  


Clac…

Clac, clac…

Oigo el sonido de la gota que cae en la botella. Está llena. Debería haber arreglado la gotera del

techo.

¿Con qué dinero?

Con el que me sobre del sueldo.

¿Qué sueldo?

Suspiro y me levanto de la cama. Son las 23:00 y debería arreglarme para ir a trabajar. Cuando llego

a la ducha abro el grifo. Nada. No cae nada.

Quieres arreglar el techo pero no tienes ni para pagar el agua.

Voy al espejo, todavía no se ha ido el moratón de la última vez:

-¡Luisa ven!-mi jefa me llama, siempre de malhumor, se llama Penélope, tiene unos 52 años, arrugas

por toda la cara y una verruga que le hace parecer una bruja-. Te toca trabajar, hoy tienes cinco

clientes, termina rápido, tienes que limpiar las habitaciones de la primera hasta la cuarta planta

 antes de las 3:00, hoy viene alguien especial.

-No me dará tiempo mi señora-. Agacho la cabeza porque sé que le va a molestar.

-¿Y a mí qué me importa? Solo quiero que sepas que como no lo termines te quedas sin trabajo,

¿sabes la suerte que tienes? yo a tu edad iba por la calle pidiendo comida, ¿y tú qué? solo tienes

que hacer sentir placer a hombres que no están satisfechos con sus mujeres, no es tan difícil-. Coge

la copa de vino y la tira al suelo- y por cierto- mira hacia el charco que ha provocado y sonríe-

 recoge esto- se va pisando los cristales del suelo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejo caer. Llega el primer cliente, luego el segundo y

así hasta terminar. Debería empezar a limpiar, pronto llegará la visita especial. Son las 2:40 y

 todavía me queda la mitad. Llega la señora Penélope y me empuja contra la barra del bar

clavándome el pico:

-Te dije que tenías que terminar antes de las 3:00 ¿es que no lo entiendes?

Bajo la cabeza y me disculpo, ella coge mi cabello y me estampa contra el suelo, empiezo marearme,

siento que mis piernas fallan, pero antes de caer la escucho decir- malditas jóvenes de hoy en día

que no sirven ni para limpiar.

Levanto la vista y me miro al espejo, ojeras muy marcadas cubren mi rostro.

Nada que el maquillaje no pueda tapar.

Recuerdo lo que me dijo Penélope tras mi primer cliente, cliente que apagó su cigarro sobre mi piel

descubierta.

Tras acomodarme el pelo salgo de mi hogar, una habitación vacía con tan solo un corcho en el suelo

para dormir al que le llamo hogar, cuando llego al trabajo, Penélope me espera con el mal humor de

todos los días y hago mi trabajo como siempre.

Al salir está lloviendo. Odio la lluvia. Me recuerda el día en el que mi padre me vendió por meter las

narices donde no me importaba, recuerdo sus palabras al dejarme aquí, sola.

Eres igual que tu madre y me voy a deshacer de ti igual que con ella.

Voy dando un paseo para llegar a casa. En el camino me encuentro con varios grupos de jóvenes

borrachos, me gritan cosas horribles pero parece que tras tantos comentarios he desarrollado una

habilidad para ignorarlo.

-Espero que tu madre esté muerta porque le darías asco.

Auch.

Eso sí ha dolido. Una lágrima. Otra. Lágrimas brotan de mis ojos al recordar mi infancia, a mi

 madre.

Golpe. Escucho mi madre gritar, mi padre le ha dado una patada:

-¡Ah! ¡No! ¡Lo siento! No lo volveré a hacer.

-Te lo he dicho millones de veces y no aprendes, sino es por las buenas va a ser por las malas.

-¡No por favor!

La coge por el brazo y entra en la habitación, habitación que ha hecho desaparecer a mi madre

durante días y que nunca he visitado ya que ella me lo prohíbe. Pero ese día no, ese día mi padre no

se había dado cuenta por la ira, la fuerza que había utilizado para cerrar la puerta, y la cerradura

 dio de sí y esta se había quedado abierta. Miro si él sigue en casa, pero se ha ido. Siempre se va tras

tener una discusión con mi madre. Corro hacia la habitación y me paró en seco. Mamá está

tumbada, desnuda, llena de sangre y de manchas moradas por todo el cuerpo, me fijo en sus tobillos,

 están atados.

Mi corazón amenaza por salir del pecho, siento que me falta el aire y todo se empieza volver negro

hasta que la oscuridad me atrapa por completo.

No recuerdo nada más, solo sé que mi madre desapareció para siempre y ahora sé que está muerta,

y pienso que yo también debería estarlo. Así que voy al río más cercano. Estando al borde me paro a

pensar.

Estoy a un solo paso de dejar de sufrir.

Plof.

Me sumerjo en el agua helada del invierno, veo mi vida pasar ante mis ojos y en mis últimos

momentos siento que al fin puedo descansar.

FIN






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